viernes, 18 de septiembre de 2020

AL SALIR DE CLASE

H. ha vuelto al Instituto. Y el Instituto ha vuelto a nuestra casa.

La relación entre nuestros hijos adoptados y le escuela es una pesadilla, real o temida, para muchos padres adoptivos. Supongo que para muchos otros también, aunque por distintos motivos.

Sin embargo, y a pesar de los grandes esfuerzos académicos que le supone, puedo decir que H., primero en la escuela, y luego en el Instituto, ha sido una persona feliz.  De hecho, muy feliz. Pero esas rentas de felicidad pasada, ya se le estaban acabando.

 

H. y yo hemos pasado un confinamiento sereno. Para el caos y la locura que se vivía afuera. Para la alta exigencia que me ha supuesto el trabajo/teletrabajo. Para lo absurda que ha sido esta escuela on line. Nosotras hemos sobrevivido con salud mental, mucho afecto, gran cercanía y complicidad y suficientes reflexiones compartidas y aprendizajes. Todo esto gracias a nosotras mismas, un balcón lleno de luz. Gracias a un perro y a que nuestro hogar se encuentra a dos manzanas del campo. No extrañamos la ciudad y su bullicio; extrañamos la libertad de movernos al encuentro de la naturaleza. Cuando no te dejan pisar el portal de tu casa, soñar carreteras secundarias, bosques y mar, suena a utopía. Ya llegaría, pero antes tenían que llegar otras cosas.

El desconfinamiento ya nos ha costado un poco más. Volver a trabajar, y con ello dejar estar. Nos dejaron salir sí, pero no pudimos recobrar la vida que teníamos y eso se ha ido notando. Nos fuimos llenando de silencios, de cierto hastío, de una dejadez que, no supervisada, comenzaba a preocuparme. Una nube gris se estaba apoderando del ya pesimista espíritu de mi niña-mujer.

Poco a poco hemos sido conscientes de todo lo que nos faltaba y una de esas cosas era el Instituto. Que quede claro, no los estudios, sino el instituto. El ambiente, la algarabía, los encuentros, los cinco minutos entre clase y clase, el patio del recreo...el bajar y subir juntos contando las batallitas del día. Y tras esto, el llegar a casa, hablar y hablar. Contarse, contar. Y, sobre todo, sentir, sentir, sentir...palpitar.

Inicialmente, nos dijeron que comenzaría una semana más tarde que los primeros chicos que volvían al instituto. Casi le da algo. Posteriormente, nos avisaron que comenzarían antes, pues ese retorno escalonado era demasiado escalonado para las autoridades.

El miércoles fue su primer día de Instituto. Un par de horas, pero han bastado...Hacía tiempo que no la veía tan radiante.

La mitad de los deseos concedidos. ¡¡¡mayoría de chicas!!!... y, todo sea dicho, no está en la clase de sociales. Hoy, hablando de esta dicha reflexiona, "es que los chicos, cuando son mayoría, se empoderan". Al iniciar la etapa no obligatoria de escolarización reciben a los jóvenes de los centros concertados que no están dispuestos a pagar una educación no subvencionada. Lo quieren todo.

Personas nuevas a las que conocer, seguir ampliando horizontes, referencias.... La mitad de los profes conocidos, algunos temidos, frente a los que ha luchado batallas en las que ha resultado vencedora. Algunas de las cuales, han sido mías. Sostenerla, hacerla resistir, empoderarla. Todos están allí para aderezar nuestras comidas.

Desde su llegada a mi vida hago menos de un 10% de jornada por teletrabajo y aun así tengo que defenderla. De no tenerla no podría desayunar con ella o comer con ella y eso sigue resultándome un derecho placentero, más allá de que sea percibido como un privilegio. Eso me permite disfrutar de este telediario escolar.

En el Instituto, medidas, las esperadas de las que pueden cumplirse fácilmente: gel, mascarillas, accesos limitados. Lo del aforo ya es más complejo. Ella insiste en que son muchos, pero hay suficiente separación. Se aglomeran inevitablemente en las tres entradas/salidas del Instituto, que alberga a más de 600 estudiantes.... como lo haríamos nosotros al salir de un concierto o del cine; como se aglomeran los abuelos al salir de misa los domingos. Al estar en Bachillerato, les sugieren que salgan del Instituto en el recreo (hay una gran plaza pública en las cercanías) así son menos en el patio.  Qué difícil lo tienen los docentes y directivos implicados en esta vuelta a la educación presencial.

Creo que lo que nos queda es cruzar los dedos, insistirles en lo que deben hacer para que esta felicidad permanezca. Ya no se trata de que estés sano tú, tiene que estar sana toda su clase. Y vivir lo que nos dejen.

Mi amiga E., un afecto recuperado tras el confinamiento, ha estado trabajando en una propuesta “De vuelta” al cole, que ha puesto el énfasis en la humanidad de ese contexto escolar. En los cuidados emocionales que han de acompañar la protección sanitaria. Cuidar el cuerpo y alma. Tendremos que apostar por ello.

https://www.splora.es/spaciodevuelta/

 






domingo, 13 de septiembre de 2020

ISLAS

El Puerto de Tazacorte es uno de los rincones de la isla que más me gusta. Por eso, cuando hace un par de semanas A. me contó que había llegado una patera, me generó una inquietud mayor de la habitual.  Ambas imágenes por su contraste, me resultan de complejo encaje Hace unos días mamá me hizo referencia al suceso desde la cotidianidad de una abuela que no tiene como A. y como yo, una mirada sensible a los migrantes. Una cotidianidad que rompe la del COVID19. O que la aúna porque habla de riesgo y vulnerabilidad a dos bandas.


En mi búsqueda diaria de noticias de las islas, que es una forma de sentirme cerca de los míos, encuentro este gráfico de llegada de pateras a las islas en los últimos veinte años. Y ese pico lo siento tan propio como ajeno.  La tendencia al alza asusta porque las islas no dejan de ser territorios con unos límites de movimiento muy claros, especialmente para aquellos que no tienen recursos económicos para enfrentarlos.

Uno de los momentos más hermosos y emotivos que he vivido en mi trayectoria laboral con migrantes, tiene ya tres lustros, que se dice pronto, pero está intacto dándole sentido a lo que no lo tiene. No recuerdo su nombre, ni siquiera podemos saber si era el verdadero. Llegó en aquella época en la que nuestra disponibilidad, sin hijos, era bastante cercana al absoluto. De cinco en cinco, les acogíamos cada semana. Venían de las islas, desbordadas entonces por la llegada masiva de cayucos. Trasladados a la península, se les distribuía entre todo el territorio sin otro criterio que el número, de cinco en cinco, cada semana. Nuestra tarea era, no solo facilitar la cobertura de necesidades básicas, sino intentar localizar a alguien, de su entorno claro!...que pudiera apoyarle más a corto y mediano plazo. Nosotros atendíamos la emergencia que es nuestro mandato más humanitario.

Tras tres días de búsqueda infructuosa, de un número a otro, buscando en pequeños papeles con trazos que habían resistido el viaje en patera, saltando del número que no existe, al número que no contesta, del no soy la persona que buscas, al no puedo ayudarle, finalmente alguien le dijo que sí. Se arrodilló, y con los brazos en alto dirigidos al cielo, inició un pequeño canto de agradecimiento. Una imagen brutal. Como con tan poco podemos lograr tanto.

Hace unos meses, durante el confinamiento, participé en una charla donde contaban su experiencia de gestión de la acogida en territorios insulares, profesionales de distintas organizaciones e ideologías "Islas, puentes y fronteras" desde Canarias, Lesbos y Sicilia. Una charla muy interesante y no por ello menos triste. Llevamos treinta años haciéndolo, y seguimos haciéndolo mal. Siempre insuficientes en esa labor de acogida. Con recursos escasos. Luchando contra un drama humanitario que no atiende/apoya/aporta a las necesidades en los países de origen. Que falla en su respuesta de acogida, que está más centrada en la mirada política, en el mantener contenta a la población de acogida que ve en estas llegadas una amenaza.

En estos días de llegadas cada vez mayores de migrantes del sur a Canarias, mientras estas resienten la falta de llegada de los turistas del norte, pienso mucho en ello. Pienso que ser del Sur o del Norte, es una cuestión de perspectivas, del punto de referencia. Pienso que hoy estamos aquí y mañana allí. O mañana no estamos.

"Cae la noche en Moria. Dormir entre escombros y a ras del suelo" leo en la prensa. Y recuerdo a aquella eurodiputada, que decía a los miembros del parlamento europeo por su gestión migratoria de la crisis de refugiados, en Italia y Grecia; no solo os deseo que no podáis dormir, os deseo las peores pesadillas. Esta, es una versión libre, pero la idea era esa.

martes, 8 de septiembre de 2020

MEMORIA

Llevaba días pensando en él, como me ha pasado en otros momentos de la vida. Anoche, acompasando el recuerdo y la disponibilidad, lo volví a buscar en las redes sociales. Al entrar en su perfil de Facebook, una nota anunciaba su fallecimiento hace unos años. 

Conocí a R. hace tres décadas, en uno de los lugares donde más feliz he sido. Un lugar que no solo facilitó mi vida de entonces a nivel logístico, sino del que solo tengo recuerdos hermosos, de vivencias que me empoderaron hasta el infinito. Era, no sé si ahora lo es, un enclave de por sí, hermoso. Entre montañas, con una vegetación exhuberante, un oasis al lado de mi casa. Yo, que para entonces, llevaba cinco años de atascos y madrugones a cuestas. 

Allí, pase casi dos años, entre verdes de todas las tonalidades, con el frescor de la mañana a cuestas. Con su colección de arte sembrada en los jardines y con la certeza de estar formando parte de un proyecto innovador, nacido cuarenta años antes. Ese lugar, no tengo ninguna duda, por lo vivido en experiencias, relaciones y reflexión compartida, cambió mi vida y mi destino. 

Mi encuentro directo con R. fue breve, pero intenso en significados. Lo recuerdo vestido siempre de negro, con esa barba entrecana que me fascinaba. Él, consciente de su poder, o quizás de su fama. Me doblaba la edad y más que ésta, para entonces, me doblaba la vida. En el lugar en el que nos conocimos, yo vivía dos realidades paralelas, la de los que me doblaban la edad: jefes de laboratorio, investigadores con sus diferentes jerarquías, el decano y vicedecano del Centro de Estudios. Y la realidad de sus estudiantes, la mayoría de mí misma edad y con quienes compartí encuentros, risas y sueños. También algunos han trascendido estos 30 años.

De R. atesoro muchas miradas y encuentros en el trabajo. Atesoro su voz ronca y la dureza de sus gestos a la mirada superficial. Una cena en un lugar imprescindible de la Caracas que todos amamos. Atesoro una caricia y una carta cuando ya habíamos dejado de escribirlas a mano. Hay muchos gestos que humanizan a los dioses. Hay que saber verlos. Hay otros que nos recuerdan que, aunque nos endiosen, siempre estamos de paso.

R., no he dejado de pensarte desde anoche. Me entristece tu ausencia de este mundo. Ciertamente la última vez que hablamos, tu salud ya comenzaba a pasarte factura. El destierro forzado de la Patria Buena no ayudaba mucho. Aunque tu renovada paternidad, sí lo hacía. Hay que aferrarse a la esperanza.

Que la tierra te sea leve, compañero de viaje. Que volvamos a vernos.