domingo, 3 de marzo de 2013

LAS PEQUEÑAS TRAGEDIAS



Esta semana que hoy acaba ha comenzado con lo que creo es una gran tragedia. Ha muerto el padre de un gran compañero de vida. Si muere quien te ha dado la vida y te ha ayudado a transitar por ella, y lo ha hecho estupendamente bien, vives una gran tragedia. 

Y eso duele, duele enormemente, aunque ese padre tenga 81 años y a lo largo de los últimos cinco hayas visto como su luz, poquito a poco, dejaba de brillar. Eso le ha pasado a P. esta semana y como yo quiero tanto a P., pues digamos que he estado también expuesta a su dolor, que se ha hecho un poco mío.


Para equilibrar ese sentimiento, esta semana ha nacido H. un niño muy deseado que, como no podía ser de otra manera, ha traído mucha alegría a su hogar que, por familiar, es también un poco el mío. H. ha llegado para devolvernos la ternura y la alegría de esta semana.


Con ambas noticias hemos visto oscilar el péndulo de nuestras emociones de un extremo a otro, en un período de tiempo muy corto.


Frente a estas noticias mi hija ha reaccionado con más preguntas que emociones. El origen de la vida y su desaparición son dos procesos que a la bella H. le generan enormes interrogantes. Como siempre, he estado expuesta a su infinita curiosidad y a la batería de preguntas. Creo he salido más o menos airosa de ellas. 


Paralelamente, la semana de H., más bien las últimas semanas, han estado plagadas de pequeñas tragedias que provocan en ella una gran movilización emocional. 

En los últimos dos meses, hemos estado expuestas a un sinfín de pequeños “traspiés” (unos menores y otros mayores) pero que, por suerte, se han resuelto de la mejor manera posible y sin grandes daños colaterales

Resumiendo:

....un incendio en nuestra cochera quemó nuestras bicis, pero no nuestro coche, que el azar quiso que no estuviera allí cuando la norma es que esté.
... su cuidadora un día a la semana no va a recogerla en el cole pero  madres conocidas pueden acogerla y llamarme.
...nos dan un golpe en el coche por detrás sin daños más allá del susto.
... se cierra la puerta de nuestra casa con las llaves olvidadas dentro pero un vecino amable logra abrirla en poco minutos.
...tras generarles muchas expectativas, un fallo de la ONG que organiza la Operación Bocata deja a su colegio a última hora, sin la actividad. 
.... su maestra decide cambiarla de asiento en su clase para ver si deja de distraerse.
.... suspende en Mates.
...el equipo rival del último partido de baloncesto, es superior en destrezas deportivas pero, sobretodo superior, en mala intención y conducta antideportiva...

.... y estoy segura que alguna más que se me escapa. Leáse, menudo año llevamos de pequeñas tragedias!!. Y esas pequeñas tragedias a H. la hacen sufrir. Y yo estoy pensando en ello.

Creo que H. es una niña fuerte y sana emocionalmente, disfruta de la vida, sonríe con frecuencia y sobretodo tiene la capacidad de generar sonrisas a su alrededor.  Sin embargo, observo ciertamente con curiosidad como esas experiencias de daño “posible”, el que la roza, pero no se concreta; le crean un enorme desasosiego, que a veces, le dura días, que incluso a veces llega al llanto. 


Habitualmente pensamos que las personas expuestas a condiciones adversas de vida se encuentran más dañadas emocionalmente. Y sí, tienen más billetes en esa lotería negativa, pero también es cierto que estar expuestas a esas circunstancias, si se dan otras condiciones, puede ayudarles a fortalecerse en sus herramientas emocionales para manejar la adversidad. 

Las capacidades resilientes, nacen, o al menos se hacen conscientes, en la exposición a eventos dolorosos o traumáticos que logran superarse, pero me pregunto si esa consciencia de lo que puede llegar a doler una experiencia traumática, no te hace a menudo más sensible o frágil ante la posibilidad de experimentarlos. Es como si te hicieran más fuerte si los vives y los superas, porque te dan herramientas para manejar los siguientes y, sobretodo, te dan la conciencia de que puedes sobrevivir a ellos, pero también te hacen más vulnerable.


Me pregunto, si esas herramientas útiles para prevenir el daño no pueden estar a veces descompensadas, activando en demasía tus procesos de alarma previos a la posibilidad de daño, creando un desasosiego demasiado intenso frente a las posibilidades de “perder” el bienestar del que ahora disfrutas, que tanto te costó conseguir y sin el que ahora te sentirías más frágil.


Y, sobretodo, me pregunto, ¿Cómo regular esta inversión emocional? ¿Cómo ayudar a H. a vivir más serenamente estos pequeños traspiés? ¿Cómo rescatar todas las lecturas en positivo que tienen estos pequeños eventos negativos?

Y no encuentro más respuesta que mi propia calma, la serenidad de reflejarle todas las posibilidades de hacer frente a esa pequeña tragedia que fue, o frente a la gran tragedia que podría haber sido. Pero no sé si eso es suficiente. No sé si hay algo más que puedo hacer para ayudarla a asumir con entereza esas experiencias.

Y me gustaría saberlo... 



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