martes, 29 de octubre de 2013

AZUL

T. tiene unos siete años y los ojos tremendamente azules. La piel perfecta de la niñez, una hermosa cabellera rubia. Su belleza es innegable y cautiva.

Cuando la veo, sin embargo, esa belleza y su inocencia de niña, me producen una sensación ambivalente. Por un lado, la obvia, la calidez y la ternura. Por otro, el mal sabor de un recuerdo y una duda.


T. tiene un parecido físico extraordinario con una joven que conocí hace meses. La Guardia Civil la trajo a la institución en la que trabajo. Como era extranjera y no hablaba ni castellano, ni inglés, nadie había logrado hablar con ella y allí la sentaron, en mi mesa, como si yo hablara su lengua materna!!!. Nada más lejos de la realidad. Creo, sin embargo, que si hay un lenguaje que hablo y es el de asumir ciertas responsabilidades que otros delegan porque no saben qué hacer con ellas. Yo tengo la certeza de que comunicarse a ciertos niveles no es cuestión de idioma, sino de instinto.

La encontraron al amanecer de un día de semana, caminando por una de las carreteras que salen de la ciudad. Presuponían que venía de un club de alterne cosa que ella negaba rotundamente. Simplemente estaba perdida. Salió de su casa, esa en la que llevaba pocos días viviendo junto a su novio, y no sabía volver. Ningún teléfono al que llamar. Sólo su nombre y su apellido, tan común como los árboles en un bosque.

Su documentación decía que tenía 18 años recién cumplidos. Aparentaba 15 o 16. Gracias al trabajo de una interprete pudimos conocer la historia que quiso contarnos. Viajaba con su pareja, era la mayor de varios hermanos. Su familia no estaba en España pero sabían que ella sí. Todo creíble, todo increíble.

Con ayuda de la interprete le dimos información sobre aquello que ella negaba, intentando ser prudentes en el respeto a su intimidad. Le facilitamos información en su lengua sobre las posibilidades de apoyo que tenía. Le ofrecimos que hablara por teléfono con quien quisiera. A todo se negó. Sólo sonreía. No parecía ni nerviosa, ni asustada. No había consumido nada. En su lengua, su discurso era sereno y coherente. Según ella, sólo estaba perdida.

Le pregunté en qué podía ayudarla. "A llegar a casa", contestó. Simple; solo que ella no sabía donde estaba esa casa. Nada, ni una pista útil. Tras un rato de buscar en su memoria de pronto lo dijo: "cerca hay un parque con patos". 

No son muchos los lugares de esta ciudad en la que podemos encontrarlos. Fui con ella hasta allí y tras dos o tres vueltas por los alrededores localizamos un portal, y subí con ella a un piso en el que no sabía qué me esperaba. Preferí no entrar por prudencia y por respeto. Solo le recordé a ella y a quienes asomaron al dintel de la puerta, quiénes eramos, dónde estábamos y qué sabíamos. En esas personas nada sospechoso. Informé a los servicios sociales del incidente.

Meses después he vuelto a ese lugar, he entrado en esa casa donde ahora vive otra familia. He preguntado por ella y la recuerdan. Sin embargo nadie se asume como cómplice ni habla de lo que pasaba.

Llevo días pensando en ella. Pensando en el infierno. Pensando en las veces que buscando el paraíso fácil equivocamos la puerta al entrar. Pensando, como lo hice a lo largo de aquellas horas..¿había algo más que podía haber hecho por ella en contra de su voluntad?... Pensando desde mis certezas y mis errores, desde mis dudas y mis intuiciones.

Y el domingo, de excursión junto a T., viéndola, sintiéndome reflejada en su mirada, no he dejado de pensar en la responsabilidad que tenemos todos, de que ciertos infiernos desaparezcan para siempre.


 

domingo, 20 de octubre de 2013

REFERENTES

De todas las definiciones que he revisado y repensado, probablemente la que más se acerca a lo que buscamos es esta: Persona o cosa que sirve como base, modelo o punto de comparación. Sí, un referente.


 
Liya Kebede, modelo etíope. Ha creado una Fundación que lucha por reducir la mortalidad de las madres, bebés y niños en los países menos desarrollados y la mejora general de sus condiciones de Salud
Desde hace mucho tiempo un grupo de madres y padres como yo, que hemos adoptado a niños de origen racial diferente al nuestro y, sobretodo, diferente al predominante en los países en los que residimos; nos preguntamos, qué referentes o modelos positivos tendrán nuestros hijos para sentir que esa diferencia racial (aunque nos pese el término), no limita sus posibilidades de crecimiento en lo personal, lo familiar, lo profesional...

La duda (y la preocupación) tiene que ver mucho con la frecuencia con la que las minorías que representan en el país en el que viven, son mayoritariamente minorías excluidas, víctimas en muchos casos de importantes procesos de segregación y de actos de racismo y xenofobia. Nuestros hijos, en ese delicado proceso de construcción de su identidad, tendrán que integrar lo que son, niños y niñas criados en el marco de nuestras propias referencias culturales y raciales, que sin embargo, presentan exteriormente rasgos que les definen ¿erroneamente? con otras referencias. Léase, que cuando dejan de ir de nuestra mano, son lo que otros ven en ellos cuando les miran: negros, latinos, asiáticos,...

Y no lo digo yo, lo dice la realidad que se impone a los deseos. No en balde pasan cotidianamente cosas como estas que no tienen graves consecuencias ¿no? pero molestan y desgastan.

Viviendo como lo hago yo, en una ciudad pequeña, los referentes raciales de mi hija, en su mayoría son inmigrantes económicos y cuesta, cuesta mucho, que ella pueda verse en un espejo donde las personas de su color de piel le muestren oportunidades y no carencias. Mamá ¿Todos los negros son pobres?...Mamá ¿Una chica negra se puede casar con un chico blanco?...Mamá ¿Puede  una chica negra ser maestra?. Y tiene dudas, claro, porque no conoce otra realidad cercana. 

Esos padres, dentro de los que me incluyo, hacemos importantes esfuerzos por reflejarles otras realidades. Encontramos muchos referentes en otros lugares...en ciudades más grandes, ...en otros países, ...a lo largo de la historia. Y se los muestro, sí; pero me quedo con la duda porque siento que esas referencias son lejanas porque no están en su cotidianidad. 

Puedo hablarle de poco compañeros de trabajo de raza negra, o puedo señalarle a pocas personas de raza negra trabajando, como yo, en las tiendas, oficinas y lugares públicos a los que acudimos....los ve haciendo venta ambulante y perseguidos por la policía, los ve vendiendo cosas mientras pasean por las playas que visitamos en verano, los ve durmiendo en la calle o pidiendo...Aunque las hay, en mi circulo de amigos no conoce ninguna pareja interacial, ni siquiera en la gente del barrio o de la ciudad que conocemos. En su escuela no hay ningún docente de otra raza... 

Y claro, puedo vivir en otro país o en otra ciudad, pero vivo en esta. Y mi hija, necesita evidencias, no buenas intenciones. Ya sabemos que una imagen vale más que mil palabras.


lunes, 14 de octubre de 2013

En estos días, estoy algo silenciosa y reflexiva, sin sentirme especialmente bien. Algo temerosa vitalmente (mientras a mi alrededor todos ven mi valentía). Cuestionandome en muchas cosas. Sí, juez, conmigo misma.

En estos días, miro mucho a la gente y escucho sus motivos para ser o dejar de ser, para hacer y dejar de hacer. Veo sus logros y también sus miedos.  Comparto sus ilusiones, y busco las mías. Callada pensando. Sonrío. Lo intento, pero no me sale. Sí, juez, conmigo.

En estos días, me faltan muchos "sí" cargados de sonrisas y me sobran muchos "no". Los que más, los míos.

Me está costando encontrar la manera de educar desde el SÍ. Tengo la sensación de estar con demasiada frecuencia recordándole a H. lo que no está bien, lo que no debe, lo que no se hace de esa forma, lo que no es oportuno, lo que está feo. Y sale por mi boca, lo percibo y me torturo

Se que en paralelo la elogio mucho porque me sale con la misma fuerza del corazón. Se que está llena de virtudes que le repito hasta la saciedad. Alabar siempre es sencillo, pero qué hacer para corregir un comportamiento que no está bien. Como freno su ímpetu, cómo su intensidad desbocada, como educo su impulsividad, sus dificultades para autoregularse y respirar física y emocionalmente. Como evitar que absorba de la manera que lo hace. Como autoregularme yo, para no ahogarme con las expectativas que tengo sobre lo que está bien, en relación al comportamiento que debe tener. Qué complicado!.

Y cuando tomo consciencia de ello, de todos los "nos", de todos los días, me siento fatal.


Y entonces todo me estalla en la cara. Y me hace sonreír. 

Sentada frente a mi con su bella sonrisa

"Mamá me haces feliz".. 

La miro riéndome "¿Si? ¿De verdad? pero si estoy todo el rato diciéndote que No!"

"Claro! Me estás educando!"

Alivios que vienen bien. Sin dejar de ver lo que en mi está mal, pero regulando. Y sí, siempre ha sido así, mi juez mas estricto, soy yo.