sábado, 16 de febrero de 2013

CANGURO

El viernes pasado fuimos a conocer a S. que nació hace un mes y medio. A los padres de S. no les vemos mucho pero es cierto que H. ha tenido la oportunidad de ver crecer la barriga de L, la madre de S. Conocerlo fuera de la barriga, es algo que todavía le maravilla y que, como no, alborota sus sentidos y sus pensamientos.

En este caso no sólo lo ha visto. Por suerte para H., el padre de S. es un valiente, que cree en el poder de la experiencia sobre el poder de la palabra. No tardó una hora en tomar a su hijo y ponerlo en el regazo de mi hija. A ella, inmediatamente le brillaron los ojos y se le hinchó el pecho de la emoción. Mientras, el resto de mujeres de la sala (madre, abuela y tías afectivas de S.) vigilábamos de cerca todos sus movimientos, no ocurriera la desgracia de que el niño se le cayera. Pero no, allí estuvo S., cómodo y sonriente. Y a su lado la bella H., hipnotizada.

En un momento dado de ese tiempo mágico, S. protestó y la reacción instintiva de mi hija fue acunarle, palmearle y mecerle suavemente, y ese gesto tan inmediato, provocó en todos nosotros una sonrisa, aplaudiendo su buen hacer como madre. Para tranquilidad de mi niña, S. respondió a sus cuidados y se quedó placidamente adormilado.

Así acabó nuestro domingo, frío muy frío, ventoso y lluvioso por fuera. Pero cálido, tremendamente cálido, por dentro. Rodeadas de amigos que entrelazamos orígenes distintos pero unidos en los azares de la vida que nos mezclan. Celebrando al recién llegado, tomando chocolate caliente especialmente traído de la tierra de su madre. Me gustan los domingos así.

Lunes y martes de carnaval,  días festivos para los estudiantes pero laborables para sus padres, H. acude a un centro con niños de distintas edades en un proyecto gestionado por la institución en la que trabajo. Lo llamamos "El  Canguro". Esa actividad se realiza en una sala anexa de las instalaciones en las que tenemos una Guardería. Así que lunes y martes H. estuvo compartiendo con niños de entre 3 y 10 años pero viendo también a los de 0 a 3 que están en la Guardería y las rutinas que giran en torno a ellos.

Léase, hemos tenido sobredosis de maternidad. Como no podía esperarse de otra manera, nada más llegar a casa empezaba a ejercer de madre con sus muñecas. En este caso, dos mellizas (son iguales pero regaladas por separado) negras y guapas, como la bella etíope que vive conmigo.

Ciertamente como madre me emociona verla ejerciendo de madre. Ver las cosas que se plantea en cuanto a embarazos, partos y familias; como asume la crianza de sus hijos, las preguntas que me hace y las respuestas que me da. Verla en ello me hizo recordar que antes de que tuviera el primer coche de paseo de muñecas, cuando aún llevaba muy poco tiempo aquí, cuando apenas hablaba, me pidió con señas que le atara la muñeca que hacía de hija, a su espalda. Mi instinto inicial fue colocarle el bebé en la parte delantera, sobre su pecho, pero ella lo rechazaba y lo colocaba detrás. En estos días esta imagen de El Armario de Yaivi  un blog interesantísimo también ha hecho que viniera a mi memoria. Echadle un vistazo, desde distintos ámbitos ofrece mucha información que invita a la reflexión y a la emoción.

Para mi sorpresa, buscando imágenes de lo que pensaba era un privilegio africano me encontré con este blog . Está en inglés pero como las imágenes no tienen idioma, me sirven para darme cuenta de que esa necesidad emocional (de contacto piel con piel) y funcional (de tener dos manos libres para trabajar) no es exclusiva de África, y ni siquiera es actual. Mujeres (y sí, creo que sólo más recientemente hombres) de todos los lugares y todos los tiempos, han apostado por esta forma de sentir y compartir la vida y las emociones al lado de sus hijos e hijas. De cerca. De piel a piel. No en balde dicen que el roce hace el cariño. Disfrutenlas, que merece a pena. Y como muestra un botón...
 


domingo, 10 de febrero de 2013

DISFRAZ

Como con muchas otras cosas, hay a quien le encanta, a quien le es indiferente y a quien no le gusta nada. 

Hablo de disfrazarse y yo pertenezco a este último grupo. 

Son contadas las ocasiones de mi vida adulta en las que lo he hecho, aunque reconozco que en esas pocas, lo he pasado bien. Se también con la misma certeza que, de haber podido elegir, no lo hubiera hecho.

En los últimos años de mi vida, en el ejercicio sabio de la maternidad, he animado a H. a disfrazarse. En algunas ocasiones, entre ellas este año, en lugar de comprar o heredar un disfraz que nos sirviera para estar en sintonía carnavalera, hemos decidido hacer uno nosotras mismas. 

Siendo yo una mujer negada para los trabajos manuales no ha sido pequeño el reto. Para mi sorpresa, he descubierto en esas ocasiones un enorme placer en la tarea. El entretenimiento de un rato de ilusión en la búsqueda de aquello que nos emocione y agrade como disfraz (...y que sea viable claro!), la satisfacción del ejercicio del reciclaje, de la mano de la creatividad para construir algo bonito, gastando lo menos posible, y el placer de trabajar en un ámbito el manual, tan ajeno a mis ocupaciones cotidianas más sobrecargadas de razón y emoción.

Como en muchas ocasiones, he extrañado la presencia de mi madre, costurera de profesión, mujer laboriosa y paciente, perfeccionista en su labor; tres virtudes que no siempre me acompañan y que son útiles en menesteres como los que nos han ocupado en estos días. Juntas hubiéramos hecho maravillas pero lo cierto es que nos separan muchos kilómetros y no estamos al alcance de la mano, para estas cosas que se entienden menos trascendentales.

Creo que para disfrazarse hay que mantener mucha de la ilusión infantil por jugar, de vivir el juego como una fiesta que sólo admite sonrisas y hay que saber asumir "otros personajes", (y querer hacerlo),  para con ello, ser capaz de asumir su esencia y no sólo su apariencia. Me gustan lo disfraces construidos, producto de la creatividad de sus porteadores, me reflejan motivación, trabajo e ilusión, imprescindible trio que debe acompañarnos a lo largo de la vida.

Uno de los disfraces vistos en estos días que más me ha gustado, hace referencia a una película que habla precisamente de eso, de la fuerza de las emociones y los ideales, de la necesidad de soñar y luchar por los sueños, y de lo imprescindible que es entender esa búsqueda, como un territorio de diversión y juegos. Y de cómo esa búsqueda se vive con mayor intensidad si se hace en compañía de otros. Y si son niños mejor.

Mi hija es una buena compañía, es una fuente sueños y me enseña y ayuda a jugar. Es una suerte tenerla de inspiración.




viernes, 1 de febrero de 2013

DESDE EL INFIERNO...

A veces me pregunto si se puede volver desde el infierno.

Esta semana he vuelto a encontrarme con la mirada agustiada de alguien  que ya no está en el infierno que le tocó vivir, pero que no puede escapar de él. Una persona que se define a sí misma en base a una dolorosa experiencia vivida, no puntual, sino sostenida y de la cual tardó mucho en escapar. ¿O será que sigue en ella?. Tiene que ser terrible la sensación de no querer cerrar los ojos porque tras esa oscuridad solo aparecerán las pesadillas.

Llevo años escuchando historias de vida. Historias que están cargadas de esperanzas de mejorar pero también historias de quienes ven en la migración la vía de escape de las pesadillas que viven. Y no hablo de peores condiciones de vida a nivel socioeconómico. Hablo de sentirte perseguido, de ser amenazado, de padecer torturas. Hay quienes logran escapar de ellas y hay otros, que siguen atrapados. E incluso hay otros, que deambulan sobre la cuerda floja de la cordura, porque a veces, enloquecer, huir de la realidad, es la única forma de resistir.

Cuando F. me contó su historia yo había visto hacía poco esta película. Y de pronto, el protagonista estaba ante mi, diciendome que era él el protogonista de esa historia, uno más. Protegiendome de su relato. No sé cómo logró aferrarse a la vida y a sus ratos de cordura. Hace mucho que no sé de él, pero nunca olvidaré su relato obsesivo, su necesidad de perdón. Un niño no merece vivir lo que a él le tocó.

La entrevista con H. de esta semana me ha provocado la misma sensación. Esa que sentí cuando vi la opera prima de Alejandro Amenabar. Ese miedo de quien imagina, anticipa, teme, de quien siente que será la siguiente víctima. H. no puede contarme su historia, no compartimos el mismo lenguaje, pero desde sus ojos, desde su llanto, siento su angustia y su miedo y estoy segura que solo puedo ayudarla desde lo primario, desde lo instintivo. A ciertos infiernos no es posible aplicarles razón.

A menudo pienso que no hay palabras que puedan representar el horror vivido por determinadas personas pero sobretodo siento que faltan palabras para hacerlo llevadero.
 
Pienso otra vez en "La vida secreta de las palabras", no puedo evitar recordar la película y recordar sus orígenes. Pensar en sus argumentos. Los horrores necesitan ser atestiguados para que no se repitan. Pero narrarlos en primera persona es desolador. Que importante es oirlos y que esos escuchas se conviertan en traductores de tu dolor y te ayuden a reconstruir algo que se parezca a una vida. Menudo compromiso.