martes, 30 de julio de 2013

MIL NOCHES Y UN INSTANTE







En las últimas semanas he estado escuchando con pasión a este chico. Llegó a mi vida de la mano de una cinta de casette cuando corría el año 1991.

Este mes ha iniciado su última gira. La ha llamado "Mil noches y un instante". Como es medio poeta, nos dice:

"Aquí estamos.
Una noche entre mil.
Un instante irrepetible.
Como el que hace nacer la canción.
Como el que ve brotar el amor.
Una noche más reunidos para el rito que disuelve el tiempo
y lo rearma a su gusto, con gusto a eternidad.
Hay cosas que toman una vida para decirse,
o un solo momento.
Este puñado de canciones atraviesa años de amor
a la música en una sola noche.
Y el alma de esa noche florece en un instante.
Pedro"
(Mil noches y un instante - Gran Rex 28/06/2013)







Y yo pienso en esa vida que se forma de instantes. Unos que se suman, para dar continuidad a tu vida y otros, que marcan un final. A veces el final es obvio, otras es incierto, a veces ambiguo y, en este caso, es triste. Quiero pensar que solo marca el comienzo de otros instantes mejores. Sé que es así, ahora sólo tengo que sentirlo.


Mientras lo siento, viene a mi memoria este poema de Borges y de él tomo fuerzas, porque, ciertamente, tengo bastantes años menos y puedo hacerlo.


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viernes, 26 de julio de 2013

TIERRA

Hace diez años viajé a Argentina con dos amigas. Al final de ese viaje G. me regaló una botellita pequeña con tierra rojiza que había recogido en Iguazú. Ese viaje, fue una celebración de la vida y de la amistad. La cumplida promesa de conocer un lugar con el que soñaba desde niña.

Ese regalo marcó el comienzo de una tradición. Desde entonces, intento traerme un trocito de tierra de los lugares que me son especialmente significativos. Esos centimetros cúbicos de arena que van del blanco al negro pasando por diversos matices. También del terracota al amarillo, y varias gamas de marrones. Todos muestra de la diversidad que tanto me gusta. Esas botellas llenas de tierra y arena me recuerdan la vida vivida en esos lugares. Que casi siempre, es una buena vida.

La tierra habitualmente representa el suelo firme, las certezas, los nutrientes que nos ofrece la naturaleza, nuestro alimento y cobijo, el lugar de nuestras raíces. Raíces que nos dan certezas incluso a los que tenemos alas y no hemos dejado de volar -ni queremos-. 

Tres de esos botes tienen una relevancia emocional importante para mí.

La primera es blanca y la recogí en una hermosa playa del Caribe Venezolano en el último viaje que hice a mi tierra. Lo hice acompañada de los amigos de la infancia que han permanecido en mi vida adulta. Amigos que sólo llenan mi vida de sonrisas y lugares que sólo llenan mi corazón de amor por la belleza de la tierra en que nací, a pesar de aquello en lo que se ha convertido.

La segunda es negra. Es arena volcánica de la Playa del Faro en la Isla de La Palma. La playa del pueblo en el que nacieron mis padres y deseo acabar mis días en esa visión tan romántica que atesoro de mi vejez. Esa playa de aguas cristalinas que tantas imágenes familiares me evoca.


La tercera es la arena que recogía junto a H. en el monte Entoto, a 3000 metros de altitud y con la ciudad de Addis Abeba a nuestros pies. Lo hicimos unos días antes de regresar a nuestra casa. En medio de un paisaje natural plagado de eucaliptos, y de un paisaje humano cargado de sonrisas y grandes esfuerzos físicos.



Me gustan las cosas que me nutren. Me gusta sentir que en el salón de mi casa, situada en plena meseta castellana, lejos de esas montañas y de esos mares, hay un trozo pequeño de los mundos que viven en mi. 

Por cierto, me acabo de dar cuenta, no tengo ninguna botellita con tierra, de esta "tierra". Habrá que poner remedio.


viernes, 19 de julio de 2013

VULNERABLES

Antes de comenzar a trabajar en la organización en la que actualmente trabajo, yo pensaba en la gente más en términos de fragilidad que de vulnerabilidad. Pero ahora, después de mucho repensarlo, prefiero la segunda. Vulnerabilidad. Supongo, que porque la primera me habla de una certeza, de la esencia de algo o de alguien, visto desde su debilidad. La segunda me parece más esperanzadora, habla en términos de probabilidad. No habla de una situación estructural sino más bien de la posibilidad de ser dañado. Es posible, sí; pero puede evitarse.

En estos días P. y X. me hacen pensar en ello. Les veo protegerse y pienso en lo que saben de sí mismos como certeza y en lo que temen para sí mismos, como posibilidad.

Cuando efectivamente has sido dañado o temes serlo y te presupones débil, o susceptible de daño, es razonable que te protejas. Pero en un caso padeciéndolo y en otro observandolo, soy consciente también de cuánto dejas de vivir por cuidarte de lo que pudiera pasar. Cuánto se deja de recibir.
 
X. no deja que nada salga de si misma. P. no deja que nada entre. Con ambos, la puerta está cerrada.

Yo soy de las que cree que todas las puertas tienen llaves y en eso ando. Ando, haciendo equilibrios porque si se dan cuenta de que alguien intenta abrir la puerta, y se sienten inseguros, levantarán barricadas al otro lado. Hago equilibrios, pienso, espero. Y que difícil.

Que difícil, porque a X. la veo sufrir y porque a P., simplemente, no le veo. Y quiero hacerlo.

No le veo, o quizás a él sí, pero con trampas. Y no me gusta.

X. nos dice que quiere abrir su puerta pero no sabe cómo hacerlo. No sabe cuál es la llave y la busca desde hace tiempo. Y la busca apenada por no saber donde se encuentra, por no saber cómo enseñarnos lo que hay dentro de su hogar emocional. Ella sabe que con ello se reconciliara con su historia. Con X. tengo la certeza de que sólo se trata de avanzar despacio y de darle pistas ayudando a sus recuerdos. Se trata de trasmitirle la certeza de lo fuerte que es, a pesar de lo vivido. En ello andamos, por suerte bien acompañadas, en equipo, que es como mejor se hacen estas cosas.

Con P. es más difícil porque no es sólo lo que él necesita sino también se trata de lo que necesito yo. Con X hablo de su terapia, con P. hablo de mi vida.

P. está en mi vida, sí, por llamarlo de alguna manera. Esta en ella desde hace años. Y esta con significado. P. tiene un vinculo fuerte con dos situaciones o momentos importantes de mi vida. P. está en mi vida porque yo le otorgo significado en ella. Yo le dejo entrar cuando se acerca. Mis puertas están abiertas. 



Yo no tengo miedo.Y esa es mi suerte y mi calma.

No me da miedo mi debilidad. Primera certeza. No me romperé en pedazos, lo sé. Puede que no sea fácil pero ya he "resucitado" muchas veces y siempre lo hice sintiéndome algo más fuerte.

Pero sobretodo; segunda certeza, porque no creo que el que llega, consciente de mi debilidad, pretenda dañarme. Y entonces pienso que es verdad, la puerta más segura, la que está mejor cerrada, es aquella que puede dejarse abierta.

He probado a entrar por la puerta de atrás, alguien la dejo abierta. Y no me siento bien por ello. Trabajé mi necesidad pero me olvidé de la tuya y tengo sentimientos contradictorios por ello. Por eso escribo para librarme de mis fantasmas.




lunes, 15 de julio de 2013

DE LA ZONA DE CONFORT AL LUGAR SEGURO

Una de las herramientas de intervención terapéutica más potentes que han surgido en los últimos años para trabajar con el trauma, es el EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing). Se basa en el modelo del Procesamiento Adaptativo de la Información, que considera que todas las personas somos capaces, en las condiciones adecuadas, de gestionar situaciones traumáticas.

Según este modelo, los recuerdos se archivan en redes neuronales interconectadas entre si, pero en el caso de las experiencias traumáticas, la intensa reacción fisiológica de estrés y terror, bloquea el procesamiento de la información del suceso y la información queda fragmentada en el sistema nervioso.   

Esta técnica por la que cada vez siento más curiosidad, destapa de forma intensa y rápida recuerdos y experiencias, mensajes o programaciones antiguas que se han mantenido, por dolorosos, alejados de la consciencia durante mucho tiempo, pero que son importantes para la resolución de  situaciones del presente ya que sin acceder a ellos la persona se encuentra bloqueada o con imporantes resistencias al cambio y, por lo tanto, al crecimiento.

El procedimiento para la aplicación de la técnica, incluye una serie de pasos que se inician en los primeros momentos, entre otras cosas, con la construcción en la imaginación de "un lugar seguro". La visualización de éste busca que el paciente sepa que existe un espacio en el que podrá refugiarse en el caso de que los recuerdos dolorosos que se evocan, amenacen con desestructurarle. Este oasis emocional puede ser usado como un descanso temporal durante el procesamiento, como un elemento de apoyo para disminuir la perturbación y concluir la sesión, y como una manera de manejar el material perturbador que pudiera aflorar entre las distintas sesiones.

Pensaba hoy en la importancia de ese lugar seguro en nuestras vidas. En la necesidad que tenemos todos de que exista un espacio emocional, incluso a veces un espacio físico, donde podamos estar tranquilos por las sensaciones que evocamos en relación a nosotros mismos a partir de nuestras experiencias previas. Y pensaba en la relación entre ese lugar seguro, que nos calma, que nos alivia y protege; y con ello nos garantiza nuestra posibilidad de supervivencia emocional, y ese otro concepto del que se ha hablado mucho también en Internet, y que es la zona de confort.
  

La zona de confort es aquella zona en la que nos encontramos seguros, en la que controlamos lo que sucede, nada se nos escapa y  conocemos de principio a fin. Mientras hacemos cosas o estamos en sitios que nos resultan “familiares” nos sentimos cómodos, relajados. La zona de confort es todo aquello que nos rodea y a lo que nos hemos acostumbrado. Es el espacio de vida que conocemos y validamos. Aquello que no nos inquieta y que, más bien al contrario, nos calma.


A veces pasa que tras esas fronteras de la zona de confort, de ese lugar seguro hay todo un mundo de posibilidades de crecimiento no exploradas, por miedo, real o imaginado, que nos limita y no nos deja crecer. Y crecer es importante.

Hoy H. se ha ido de campamento dos semanas. Abandona sin convicción su zona de confort y lo he sentido con toda intensidad esta mañana al dejarla en el autobús. Lo hace de la mano de un grupo con el que ha estado compartiendo cada semana a lo largo del año académico. Un grupo que sé, porque me lo dice, que le gusta en las actividades que realiza; pero con el que también sé que le cuesta conectar socialmente. "A veces me siento sola" es su expresión sobre esos momentos. Y quince días es mucho tiempo para sentirse sola.

Tras media hora de espera, torturante para ella y para mí, se ha subido al autobús. Al hacerlo, una niña delante de ella se ha girado y le ha dicho "H. ¿te sientas conmigo?". Y con esta frase oída en la lejanía, casi leída en los labios yo he respirado algo más tranquila.  No está sola. Sólo tiene que aprender a acercarse. Y cómo le cuesta!

Confío en que estos días sea capaz de encontrar en alguno de los que le rodean ese lugar seguro que a veces es tan necesario para seguir avanzando. Y que cuando vuelva, su zona de confort sea más amplia y parte de sus miedos hayan desaparecido. 

Inshalá, por ella. Y también por mi. Que responsabilidad tan grande es la maternidad.


martes, 9 de julio de 2013

LO QUE SOMOS...

A. lleva un par de días a mi lado. A mi lado, laboralmente hablando.

A. tiene un nombre que llama la atención. Y si va unido a sus apellidos, no llama la atención, más bien genera curiosidad absoluta. Por diferente. Por poco habitual. Conocer su nombre generó preguntas en mi equipo en relación a cuánto sabía de ese joven. Poco. Sé poco. Le llamaré, así veremos cuánto castellano habla. Y habla bien. Nada que llame la atención. Nada si no sabes como se llama. Si no le ves.

Pero cuando le ves, ya sabes que su historia de vida no tiene su origen en esta tierra. A., como mi hija, con su físico, va diciendo que su origen no está aquí. Lo que no sabes con claridad es cuando ya empieza a serlo. Ser de "aquí" para que dejen de preguntártelo.

Y cuando yo presento a A. como un nuevo compañero, la gente le da la bienvenida y añade: ¿Y de dónde eres?. Y él responde paciente: "Yo nací en..." y con ello me refleja que está cansado. Cansado de dar explicaciones sobre su origen étnico. Cansado de ser identificado como ajeno. Cansado de tener que contar su vida, para contar de dónde es. 


Y llevo dos días pensando en ello. Y observandole. Respetando su tiempo para contarse y tratando de ver a un joven que simplemente está aprendiendo de aquello a lo que se quiere dedicar.

Qué difícil es que algo en ti te obligue a dar explicaciones, sobretodo porque los demás se sienten en el derecho de preguntar. Incluso desde la más sana curiosidad y con la más bondadosa de las aproximaciones. Te acaban de conocer, pero te preguntan por tu vida. Y eso no lo hacemos habitualmente.

Me alegra haber sabido poco de A. Eso refleja que para quien lo guió hasta mí, que fuera de origen extranjero, no resultó significativo. Y eso está bien. Es el nuevo estudiante en prácticas, es chico, vive en Salamanca en este momento, estudia una carrera universitaria, tiene una dulce sonrisa y una voz grave. Nada más.

Yo, sin embargo, le veo actuar. No sé si son mis prejuicios o mi mirada atenta pero veo su huella cultural en esa forma de estar, de caminar, de mirar. Y veo como en un halo eso que era antes de ser. Eso también me sucede con H. cuando veo en ella cosas que no tienen que ver con su experiencia ni con la mía. Es algo que trae de antes y que no son sus rasgos físicos, es más. Es su forma de moverse, las cosas que le resultan bellas, la estética que le seduce.


Y creo que es algo parecido a lo que yo siento al escuchar esta música. Esa emoción es para mi, genética. No producto de un aprendizaje consciente, es la herencia biológica de mis padres que me trasmite cosas que me emocionan, no por experiencia directa, sino por herencia cultural expresada a través de los genes.

No me digan que no es curioso...

martes, 2 de julio de 2013

SER IMPORTANTE

Esta mañana he llevado mi coche al taller para una revisión de rutina. Al entrar, de espaldas a mi, se encontraba una mujer haciendo tareas de limpieza. Enseguida vinieron a atenderme. Yo comencé a hablar con quien me recibía...

Tras unos minutos de conversación, con su mejor sonrisa, esa mujer se acercó a mi para verme el rostro y dijo mostrando una gran alegría: sabía que esa voz era la tuya. Agradecí en ese instante, al ver su mirada ilusionada, que todos los dioses del olimpo, en un segundo, me ayudaran a recordar su nombre. Me dijo: ¿Te acuerdas de mi? Cuanto me habéis ayudado!. Le respondí Claro! Querida F. ¿Cómo estás?.

Se dirigió al que me atendía, que evidentemente era su jefe. Cuánto me ayudaron estas chicas! pronunciando mi nombre y el de una compañera. Sonreí. Hace trece años y se sabe mi nombre!, refiriéndose a mi que había pronunciado el suyo (nada común por cierto!!) . Realmente es algún año menos de los que ella recuerda, pero ciertamente más de una década. 

Celebro recordar su nombre, por darle una alegría. 

Durante unos minutos, para mi sonrojo particular, contó lo que supuso encontrar a alguien que la escuchara y que intentara entenderla cuando apenas balbuceaba el castellano, como le informamos y orientamos para que no se perdiera en la maraña administrativa que suponían entonces, las gestiones de regularización administrativa de lo población extranjera. Su gratitud fue realmente cautivadora.

O. y yo seguimos trabajando en la misma ONG que entre otros colectivos vulnerables sigue trabajando con población inmigrante. F. es de origen búlgaro y que recuerde su nombre es realmente una proeza de mi parte. Pero sí, lo he recordado. Recuerdo muchos nombres y sobretodo recuerdo sus historias. Porque cuando te narras, le das a alguien una parte de tu vida. Cuando la migración, voluntaria o inevitable, te hace perder tus redes sociales, cualquier persona que te mire, te sonría, te anime, te oriente... te otorga esperanza y confianza, te hace sentir que, aunque estas lejos de los tuyos, no estás sólo. Que hay alguien a quien le importas. Alguien que repara en ti y que asume tus batallas como propias y con ello también te ayuda a ganarlas. 


Que importante es importarle a alguien. Que libren tus batallas como propias porque sólo las que no se luchan, están perdidas de antemano, y a veces tu no sabes de la guerra.

En ningún lugar he aprendido tanto como con ellos. Y sí, es verdad, sus batallas fueron y son, siempre, parte de las mías. Y me alegro. Doy, lo que me gustaría recibir. Doy, lo que mis padres emigrantes recibieron. Doy agradecida, por eso me sonroja su agradecimiento. He dado sí, pero he recibido en la misma medida. Y si no, fíjate F. me has tenido todo el día con la sonrisa en la boca.

Y no está mal sonreír con los tiempos que corren.


lunes, 1 de julio de 2013

HUELLAS

Esta mañana me puse un collar que V. le dejo en herencia a mi hija cuando se fue a vivir al pais de los colores y la lucha. Cuando se fue a ser más feliz de lo que aqui era. Y lo logró, aunque ahora otras cosas la mortifiquen. Yo también quería irme, a otro país amigo, pero me quedé. Y me gusta lo que ha sucedido. Lo que nos ha sucedido a ambas. 

Como llevaba su collar he estado pensando en ella mucho tiempo. Era fácil, la tenía más cerca de mi corazón. El collar me ha hecho consciente de su huella. Esas señales que me hacen recordarla y, al hacerlo, me traen su rastro, escrito de muchas formas...  su delgadez extrema, su cara de hada, ese espiritu sufrido que la persigue y caracteriza. Y también ha estado aquí su huella, en emociones y reflexiones de tantos años de tan buena compañía. 

A raiz de esa sensación, he estado también pensando en otras huellas. Pensaba en la huella que dejamos nosotros desde una ausencia que no siempre es tal...


 Pensaba, pienso...

En esa sonrisa que alguien me regaló en el sótano de un Hospital sin conocerme y cómo, una hora después por carambolas de la vida, se convirtió en mi tutor de prácticas de una de las asignaturas más importantes de la carrera. Un hombre que desde entonces y después me enseñó a luchar contra mis fantasmas, acogió mis miedos y mis llantos y me regaló ternura, amor y deseo cuando más necesario era. Que historia más bonita.

Pienso en esa mujer delgada y ojerosa que en las primeras semanas de Universidad, me invitó a acompañarla en la ruta aventurera hacia nuestra casa y como se convirtió a partir de entonces en una gran compañera de vida. No de un viaje por carretera, que hicimos miles, sino de un viaje vital que acumuló muchas horas y que desde su intensidad sacó la intensidad que había en mí. Tras la tormenta la calma.

Pienso en la huella de ese lugar paradisiaco, entre las montañas y la niebla, al que fui a trabajar al poco acabar la carrera y en la gente que allí me encontré. En los que confiaron en mi, los que me exigieron, los que me desearon y acompañaron en esos años. En esa mujer compañera hermosa y fiel que llenó mis horas de risas, complicidad y picardía. En esos hombres maduros que tenían entonces la edad que yo tengo ahora y que parecían señores, cuando en realidad lo que sucedía era que yo era una niña. En los compañeros de ese viaje vital, y de los muchos que en ese entonces hicimos a Cata y Choroní. En tu acento y tus caricias. En que igual que os fuisteis habeis vuelto. Con más años y mejores.

Pienso en JC por su amor y desamor. Porque hizo posible una migración a la que de otra forma me hubiera negado. No fue por tí, fue gracias a ti. A ti que no estas, lo que no significa que no pueda percibir tu huella. Lástima que no funcionó. Y los motivos fueron contundentes. 

Y te veo a ti, como la primera vez, al otro lado de la ventana, y en todas las miradas de estos años. No es tu huella contundente. Es nuestra huella compartida.  Cuando fuimos a buscar a H. yo pensé que dejarías de ser el amor de mi vida pero no era cierto Son amores diferentes.

Y huella dejó quien me volvió de tan valiente, imprudente. De tan seductora, seducida. De tan tierna, tan tirana. De tan torpe, tan ágil. De tan romantica, tan realista. De tan enamorada, tan compañera. De tan seria, tan sonriente. De tan intensa, tan serena. 

Tras unos meses de convivir con H. me dije a mi misma, que suerte has tenido. Se nota que ha sido una niña querida. Porque el amor se nota. Aunque las heridas también. Y no está mal que las cosas dejen huella. Nos recuerdan lo que somos. Lo que hemos sido. Sólos, pero sobretodo, en compañía de otros.