domingo, 26 de enero de 2014

TAMBIÉN SOLA

Hace ya algún tiempo escribí un post que tenía un titulo parecido a este. En él hablaba de las cosas que podía hacer y sentía desde mi soledad. H. se había ido unos días de campamento y para mi, esa soledad recuperada, era un estado extraño, tan acostumbrada me encontraba ya su compañía cotidiana.

Ahora, la que tiene que hacer cosas sola es ella. Porque H. crece y la vida nos lo va pidiendo.

Hace unos meses atendí a una mujer que me contaba que su hija había empezado a ir al colegio sola con 7 años. Desde su casa al colegio, que estará a unos 20 minutos andando, debe atravesar dos importantes avenidas y varias calles pequeñas. Inicialmente esa niña hacia cada mañana ese trayecto sola porque su madre, monoparental y con escasos apoyos, trabajaba y no podía llevarla. Poco tiempo después ella perdió el trabajo pero lo niña siguió yendo al colegio sola "porque ya sabía hacerlo". Y a mi me trasmitía ese relato una sensación de desamparo e incluso una valoración de negligencia que no he podido sacarme de la cabeza desde entonces.

He tardado mucho en dejar a H. hacer cosas sola (bajar a tirar la basura, ir a la tienda de la calle trasera a comprar,...). Siento temor pues no puedo acompañarla con la mirada (mis ventanas dan a un luminoso patio interior pero no a la calle). Y siento temor pero creo que ya es necesario. Es necesario porque en algo más de dos años irá al instituto sola (ahora su cole queda en dirección a mi trabajo pero el instituto queda en otra dirección). Estoy segura que todos los niños que acuden andando al centro lo hacen solos y ella lo hará también. Y también porque había empezado a temerle a la calle: "Y si me roban", "Y si alguien me lleva" (cosas que yo nunca le de dicho). Y yo no quiero que le tema.

Siempre he pensado que uno de los grandes retos de la crianza es trasmitir que hay que esperar de la vida cosas buenas aunque exista la posibilidad de que sucedan cosas malas, ante las que debemos estar preparados y con herramientas que nos permitan solucionarlas. No quiero que H. le tema a la calle, porque me parece que es mayoritariamente un lugar seguro pero reconozco que tengo que trabajarme la templanza y la serenidad.

"Un niño acompañado es un asunto privado. Un niño solo es un asunto colectivo". Francesco Tonucci     





















































Curiosamente uno de los días que le pedí que bajara sola a llevar las cosas del reciclaje, frente a los dos caminos posibles yo le pedí que fuera por el menos transitado (me parece más seguro en relación al tráfico) pero ella me pidió ir por el otro. "Hay más gente, me conocen, puedo pedirles ayuda.". "Si me pasa algo tendrás a quien preguntar si me ha visto"...La escucho y sonrio, sabia que es.

Provoca una enorme ambivalencia ver cómo se van de nuestro amparo seguro. Esa mezcla  de temor difuso al daño que puedan recibir y el orgullo de verles crecer, ampliar horizontes, salir de la zona de confort. 

Los hijos crecen y nos hacen crecer. Que difícil es saber a veces cuál es el momento exacto, el mejor momento para exponerlos a esas cosas que, aún suponiendo un esfuerzo emocional, les ayudarán a estar mejor preparados para enfrentar los retos de individuación que tan importantes son en el desarrollo de un adulto sano y equilibrado. En ello estoy, estamos...

Porque si se tienen alas, es para volar... 






 

martes, 21 de enero de 2014

SINRAZÓN

Hace una semana que regresé de mis vacaciones de Navidad. Unas vacaciones que para mí significan siempre cosas hermosas: la posibilidad de disfrutar de mi familia extensa, mucha y bien avenida (menudo tesoro), la posibilidad de perderme física y emocionalmente en unos paisajes y una naturaleza que me emocionan hasta erizarme la piel, la posibilidad de tener tiempo,... para perderlo.

Dicho ésto, trece días después de volver, sabiendo todo lo que eso me supone, el primer tÍtulo que se me ocurrió para este post es "abducida". Sí, abducida, por la sensación de secuestro que tengo. La he cambiado porque es una palabra fea y porque no quiero referirme a un hecho que es y ya, sino que deseo encontrar sentido al sin sentido y avanzar en mejorar mis sensaciones.

Como ya contaba a algunos amigos, esta semana nos ha pasado un poquito de todo: aviso de que nos quedábamos sin canguro para dos tardes, pequeños accidentes domésticos, inconvenientes "inmovilizantes" con el coche,...y una suerte de pequeñas incidencias que nos han tenido prácticando aquello de "nada perturbe tu paz" y pensando en aquello a lo que en mi tierra de origen llamamos "mal de ojo"*...

A pesar de estas múltiples menudencias, los días han pasado con dos sensaciones sobrevolandolo todo y me he sentido secuestrada sí. Secuestrada como madre, por los deberes de mi hija y, secuestrada como psicólogo, por la crisis económica que me ronda.

Sí, nos secuestran los deberes. Cuando las tardes de mi hija y las mías no nos ofrecen el tiempo para poder jugar, entonces hay algo que funciona mal, porque un niño debe tener tiempo para jugar. Tengo la sensación de que toda la semana pasada hemos estado acudiendo al colegio, haciendo deberes, estudiando para exámenes y aparte de eso, sólo cubriendo necesidades básicas (comer, dormir, asearse,...) y así, día tras día. Esa no es la infancia que deseo para mi hija. 

He hablado con su tutora (de la cuál tengo una impresión muy favorable) y tras esa conversación parece que la situación se reconduce algo. Ella misma coincide conmigo en que un niño no puede pasar las tardes haciendo deberes. "Estaré más atenta a exigirle que trabaje mas en clase, para que no lleve tanto trabajo a casa". Sí, eso quiero, que trabaje en clase, para eso acude al cole y después, en casa, queremos tener espacio para vivir más cosas: tiempo para hablar y contarnos, tiempo para dejar volar la imaginación, tiempo para saltar, correr, brincar, tiempo para perderlo, tiempo para hacer planes, tiempo para pasear...tiempo suyo y nuestro que el trabajo académico nos estaba robando. Llevamos unos días bien, sin apenas deberes para casa. Veo nuestra paz, su sonrisa. Me siento mejor, espero que dure. 


Y nos secuestra la crisis. Como el mes de Enero es mes de las memorias, de rendir cuentas a los "financiadores" de nuestro trabajo, estamos pensando en el qué y en el cómo de este año y visto así en conjunto, la situación y nuestro hacer, la sensación es algo desoladora. 

Trabajo en una ONG de apoyo a población en situación de vulnerabilidad. En este contexto de precarización social creciente, una de las cosas que claramente refleja la realidad de la población que atendemos, es que todos manifiestan un riesgo elevado en el ámbito económico. Hay un mapa cada vez más homogéneo en lo que antes presentaba mayor diversidad, la sensación de que el riesgo más alto antes de esta crisis estaba relacionado con otros factores más particulares: problemas de salud, adicciones, desestructuración familiar, malos tratos, etc… problemas en los que tenía sentido nuestro trabajo con personas ayudandolas a plantear mejor sus vidas en base a la comprensión y transformación de una realidad que siempre ofrecía opciones. 

Hoy en día la sensación que tengo es que es tan imperiosa la dificultad para la cobertura de necesidades básicas que lo que hacemos es repartir ayuda humanitaria (y menos mal!!!), con una engorrosa gestión que da garantías a los financiadores de que la ayuda llega, pero que nos secuestra a nosotros, los profesionales de la intervención psicosocial en nuestro quehacer, convirtiendonos en gestores administrativos de unos fondos que siempre son insuficientes y un paño caliente en una realidad más global que es preciso transformar de fondo. 


Me pregunto, en ambos casos, cómo recuperar la vida que hoy sólo nos deja sobrevivir, y ese es el verdadero arte de estos días, seguir encontrando los espacios de luz, esperanza y crecimiento.   En ello estamos, creemos que cada cosa tiene que estar, pero en su justa medida y sin olvidarnos de cuál es más importante y trascendente.

Quisiera tener la certeza de que vamos encontrando el rumbo...


*  El mal ojo, es una creencia popular-supersticiosa según la cual una persona tiene la capacidad de producir mal a otra persona sólo con mirarlacomo proceso, puede venir dado de manera voluntaria o involuntaria, y es, según la creencia popular, efecto de la envidia o admiración del "emisor", que a través de su mirada (ya sea directa, en símbolo o incluso mental) provoca un mal en el envidiado/admirado


sábado, 11 de enero de 2014

BAJO EL CIELO PROTECTOR

Volvemos a casa con las mismas sensaciones de siempre tras unas vacaciones que han sido diferentes a lo esperado, sin que eso signifique cosas mejores o peores, que de todo hemos tenido.

Me voy, nos vamos, sí. Dejamos atrás el amparo de este cielo protector. Este cielo de estrellas que literalmente está protegido para gracia de todos. Y este cielo emocional y protector que representa la familia cuando has tenido la suerte de nacer en una que es buena.  Y sí, es una suerte; mientras más familias conozco, más quiero a la mía, y más consciente soy de todas las cosas buenas que he recibido de ella. Otra de las ventajas de viajar y vivir, que para mi son la misma cosa. Conoces, comparas, relativizas, valoras. Te haces mejor persona, te vuelves más humilde, más sabio.

Ahora, cuando veo crecer a los que nos siguen y envejecer a los que nos han precedido, soy consciente y confirmo, la enorme responsabilidad que tenemos. A nosotros nos toca dejar en herencia la solidez de unos vínculos afectivos que ofrezcan el soporte emocional (vital) que a mi me han supuesto estos que tengo.

Un lugar seguro al que volver, la incondiconalidad de los afectos y los apoyos, la certeza del hogar, es algo que te permite ir muy lejos sin miedo. 

Hay que estar agradecido con los que siempre nos ofrecen esa certeza. Veo que esa gratitud tiene matices. Primero, me sentí agradecida porque los que me querían aprendieron a dejarme ir y a vivir con serenidad mi ausencia. Pero reconozco, y quizás es que me hago mayor, o que me he convertido en madre, que mi gratitud se multiplica cada vez que me dejan volver y me abrazan ofreciéndome ilusionados un hogar que han sostenido con tesón, con afecto y amor, con incondicionalidad. Un hogar donde mi presencia está muy viva a pesar de mis ausencias. 


Estoy tristona, es inevitable. Partir forma parte de mi forma de vivir. Saborear los encuentros, como un regalo de la buena vida, también. Gracias familia.