sábado, 11 de enero de 2014

BAJO EL CIELO PROTECTOR

Volvemos a casa con las mismas sensaciones de siempre tras unas vacaciones que han sido diferentes a lo esperado, sin que eso signifique cosas mejores o peores, que de todo hemos tenido.

Me voy, nos vamos, sí. Dejamos atrás el amparo de este cielo protector. Este cielo de estrellas que literalmente está protegido para gracia de todos. Y este cielo emocional y protector que representa la familia cuando has tenido la suerte de nacer en una que es buena.  Y sí, es una suerte; mientras más familias conozco, más quiero a la mía, y más consciente soy de todas las cosas buenas que he recibido de ella. Otra de las ventajas de viajar y vivir, que para mi son la misma cosa. Conoces, comparas, relativizas, valoras. Te haces mejor persona, te vuelves más humilde, más sabio.

Ahora, cuando veo crecer a los que nos siguen y envejecer a los que nos han precedido, soy consciente y confirmo, la enorme responsabilidad que tenemos. A nosotros nos toca dejar en herencia la solidez de unos vínculos afectivos que ofrezcan el soporte emocional (vital) que a mi me han supuesto estos que tengo.

Un lugar seguro al que volver, la incondiconalidad de los afectos y los apoyos, la certeza del hogar, es algo que te permite ir muy lejos sin miedo. 

Hay que estar agradecido con los que siempre nos ofrecen esa certeza. Veo que esa gratitud tiene matices. Primero, me sentí agradecida porque los que me querían aprendieron a dejarme ir y a vivir con serenidad mi ausencia. Pero reconozco, y quizás es que me hago mayor, o que me he convertido en madre, que mi gratitud se multiplica cada vez que me dejan volver y me abrazan ofreciéndome ilusionados un hogar que han sostenido con tesón, con afecto y amor, con incondicionalidad. Un hogar donde mi presencia está muy viva a pesar de mis ausencias. 


Estoy tristona, es inevitable. Partir forma parte de mi forma de vivir. Saborear los encuentros, como un regalo de la buena vida, también. Gracias familia.

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