martes, 29 de julio de 2014

LA MIRADA DE LOS OTROS

"Es en la mirada de los otros donde te vuelves a construir" Jorge Font

He vuelto a ver "La vida de los otros" y he recordado este texto que escribí hace algunos años y que hoy retomo, altero, matizo. 

 "Voyeur" lo titulé y pensé al hacerlo: Somos todos, así que es plural. ¿Cuál es el plural voyeur?...nunca recibí clases de francés.
 

Antes de ser madre, iba mucho al cine. Al cine, cine, al local. Me gusta la pantalla grande. Desde entonces, aparte del precio que ha crecido para perderse, no es fácil encontrar espacios, compañías, ánimos para volver a ese formato. Pero, cuando claudico, cuando me rindo y veo algo en la pantalla del televisor o, aún peor, en la del ordenador, pienso en todo lo que me estoy perdiendo. En todas esas historias que siempre me devuelven la vida. Incluso las que me desgarran el corazón. Los campamentos de H. me han llevado a las pantallas, en los tres formatos. De esa melancolía de historias bien contadas, nace este recuerdo epistolar....

Hacía meses que no iba al cine. Fui ayer y he vuelto hoy. Dos películas buenas, una alemana "La vida de los otros" y la otra danesa "Después de la Boda". Me han gustado ambas aunque la primera más, quizás porque creo que es más real. Vuelvo a casa bajo la lluvia pensando en la grata sensación que me deja el cine. 


Desde que oí hablar de ella estoy pensando en el impacto que tiene en nuestras vidas, "La vida de los otros". Ya sea que mires o escuches. Que lo hagas furtivamente protegido por la oscuridad del cine o desde una ventana que te oculta tras la cortina. Puede que la vayas leyendo a capítulos o la escuches acompañada de melodía. Ya sea que te sientes simplemente a mirar en un parque o en una terraza, que escuches la radio o las oigas "en la consulta" ..las historias que otros viven o nos cuentan, nos atrapan y transforman, y eso da miedo pero es una suerte. 


Nos metemos en la vida de la gente y dejamos que la gente entre en la nuestra, a menudo de forma poco precavida, y entonces sus vidas nos tocan y nos transforman, se quedan con nosotros cuando ellos se van, tiñen nuestros paisajes, cambian nuestras referencias, perturban nuestras certezas y quedamos atrapados entre el miedo que eso nos provoca y la fascinación de ver transformarse el mapa de nuestro certero mundo.


Las historias ajenas nos distraen de las propias y eso es sencillo, que se queden a vivir con nosotros ya es algo más perturbador. He pasado el fin de semana con muchas personas para lo que es habitual. La mitad "oficialmente" desconocidas y me sorprendía conocer tantos detalles íntimos de sus vidas, reconociendo que paralelamente y por simple deducción lógica, seguramente ellas sabrán otros tantos de la mía. Conozco detalles muy personales de compañeros de camino simplemente porque antes fueron personas con las que trabajé o con quienes compartí momentos de intimidad en otras circunstancias alejadas de las actuales (y de alguna manera de esto hablamos en "Después de la Boda"), de cómo la gente se queda en nuestras vidas incluso cuando no está en ellas.


Soy una voyeur, lo reconozco. Se me da mejor mirar y escuchar que hablar. Tengo una extraña capacidad para hurgar en la intimidad de la gente sin que esta se sienta agredida (al menos eso creo porque pocas veces he recibido una señal de que así fuera)...

Pienso en las historias que vivimos, y en cómo las narramos. 

Y sabes qué, las cosas que nos dijimos, con palabras o sin ellas, por decirlas, y también por omitirlas, están esta noche conmigo; mientras tomo un café, entre la luz tenue... con los claros sonidos de este hogar de paredes de papel!...

domingo, 27 de julio de 2014

COMPROMISOS...

Me ha pasado otra vez hace unas semanas. H. ha estado malita, con una fiebre que no cesó a la primera como estábamos acostumbrados. Como consecuencia de ello, como es habitual reparamos mucho más en la salud y, sobretodo, en las consecuencias de su ausencia. Y desde ese primer momento allí, ante su fragilidad, otra vez estas ideas

Y lo curioso es que vienen juntas, como antes. Pero vamos por partes.

H. ha estado con fiebre dos días, nuestro record en malestar, en duración, pero sobretodo en intensidad. No bajaba con los remedios habituales. He pasado muchas horas a su lado pensándola y pensándome. Sintiendo esas noches en comparación con las primeras noches de enfermedad que viví a su lado. He tomado consciencia del rodaje que tenemos. No es mucho. No es nada, pero es distinto. Ahora ya no hay miedo. Tengo más criterio. Confío más en mi.

Y es que a veces el miedo no cabe. E. es una de las personas más aprensivas que conozco. O quizás debo decir que era. No sabía lo que le esperaba. Pocas semanas antes de ser madre le dijeron que algo no iba bien. Y ella, que no se hacía un reconocimiento médico estando sana, por no enterarse de nada que pudiera ser malo, tuvo que enfrentarse a la realidad de un problema grave en el corazón de su hija. Han pasado diez años. En medio, su hija ha sido una maravillosa superviviente, radiante diría yo. Y junto a ella, su madre; su madre que es mi heroína, porque ella ha tenido que transformarse entera. Y esa fuerza me sobrecoge.

Imaginar el mal es mucho peor que enfrentarse a él y cuando tienes que hacerlo, lo haces, porque el amor no te da otra opción. El amor monopoliza tu vida para bien y para mal,... en la salud y en la enfermedad...

Y también en la riqueza y en la pobreza... y es que H. anda revuelta porque estoy intentando que me dejen los libros del próximo curso y ella no entiende porque no los compramos nuevos y ya no encuentra argumentos para defender su postura. Así nos encuentra la vida hablando de L. "Mamá, ellos nunca se van de vacaciones"...."bueno amor no todo el mundo puede irse de vacaciones, cuesta dinero y a lo mejor hay que utilizar ese dinero para otras cosas"..."Mamá que ellos no son pobres! L. siempre lleva los libros del cole nuevos y además, tiene móvil!!!". Me consta que en algún momento la familia de L. ha tenido dificultades en la cobertura de sus necesidades básicas, pero eso no tiene por qué saberlo mi hija. De esa solvencia, que ella ve y yo se que no existe, saca unas conclusiones que la colocan en una desventaja que ella no entiende, porque nosotros, sí nos vamos de vacaciones. Y es que a pesar de sus intentos, también me niego, por ahora, a comprarle un móvil.

Qué difícil es en esta sociedad trasmitirle ciertos valores a tus hijos, sobretodo si quieres respetar los criterios que tienen otros en sus actuaciones, si has de respetar el contexto en el que estas decisiones se toman con información que no es prudente revelar. Qué difícil es establecer parámetros que ayuden a nuestros hijos a entender la pobreza como resultado de unas circunstancias que a todos nos pueden tocar y, sobretodo, como algo que contribuimos a crear los demás, desde una postura de consumo, a veces negligente. Cómo enseñarle a no mortificarse por eso, a no tenerle miedo, sino respeto, tanto a la pobreza como a la enfermedad. Cómo hacerla consciente -y prudente- en sus deseos? Cómo ayudarla a disfrutar de cuánto tiene, que es mucho, aunque no siempre logre tener todo lo que desea?.

Creo que lo que más me gusta de la crianza, es el aprendizaje que me supone, por los retos que me coloca delante....sin duda alguna, en un compromiso que no entiendo de otra forma, que para siempre.








martes, 15 de julio de 2014

MIEDOS RAZONABLES...

El verano anterior a encontrame con mi hija me fui de vacaciones a Turquía. En Estambul me encontré con E., una de esas amigas que uno cuenta con los dedos de las manos. Tanto vivimos juntas que ya no hace falta vivirse, para sentirse a la perfección. Que delicia de complicidad.

Dentro de ese viaje, considerando las opciones que tenía, decidí irme tres días a Capadocia, un viaje que gestioné por mi cuenta. Y allí me fui, sin apenas hablar inglés y sin la menor consciencia de ningún mal. Como en los mejores momentos de mi vida, estaba a rebosar de fortalezas. Disfruté de Capadocia a la que volvería muchas veces más, pero recuerdo ese viaje de manera trascendental también por una sensación que nunca antes había tenido.

De repente allí, en un "hotel con encanto", sola y lejos de todo,  pensé: no hay nadie en el mundo que sepa donde estoy, si me pasa algo, si no vuelvo en el tiempo previsto, nadie sabe dónde empezar a buscarme. Y eso me pareció una negligencia. Yo hasta en las circunstancias más peligrosas y deshonrosas, siempre lo he dicho, además literalmente: "Si me muero, quiero que sepas donde ir a buscarme". Todo, claro está, para gran angustia de mi madre.

Antes de que transcurriera un año, como estaba previsto H. llegó a mi vida. Desde entonces me preocupa lo que me pasa, tanto como me preocupa lo que le pase a ella. Me cuido más, soy más prudente. Simplemente no quiero llevármela en la caída.

El año pasado cuando H. se fue de campamento por primera vez tras un par de días pensé: ninguna persona de mi entorno, sabe dónde está exactamente, quién es el responsable directo de la actividad, su teléfono de contacto o simplemente a qué hora llega  y en qué lugar hay que recogerla. Decidí darle esa información a alguien por si me pasaba algo que me impidiera estar consciente para decirlo en caso de necesidad. Pensaba yo, desde mi inquietud, que si yo faltaba quería que H. tuviera al llegar un rostro amigo y no el vacío. No pienso en grandes dramas, solo hablo de la imposibilidad de ocuparte de lo que son tus responsabilidades por circunstancias que a veces no eres capaz de prever, de evitar....Que mortales somos todos.

He vuelto a tener esa sensación más veces y la he subsanado dando información y explicando lo que motiva mi necesidad. Enseguida salta el comentario sobre el hecho de que no va a pasarme nada y las risas por lo que consideran parte de mis excentricidades. Que a veces, todo hay que decirlo, yo utilizo como introducción al por qué de las cosas. Tengo la sensación de que a veces no me toman en serio y, sin embargo, lo es.

Hace unos días me escribía uno de esos amigos a los que le doy la información y la minimiza en su trascendencia. Se ha ido de vacaciones con su pareja, como todos los años, y como algunas otras veces, esta vez tocaba irse muy lejos. Su mensaje sin embargo, no me avisaba de eso que ya sabía. 

Su mensaje decía: "Te reirás de mi, pero si llegara a pasarnos algo... es importante que alguien tenga esta información. Con este nivel de detalle no la maneja nadie de nuestro entorno". Te nombro entonces, nuestra informal albacea.

La carta seguía con cuatro párrafos de datos importantes, de carácter práctico, de inmensa utilidad en caso necesario y de graves efectos en caso de desconocerla.  Como le decía, "...la usaré en caso necesario, que espero sea dentro de veinte años, compartiendo risas con nuestras hijas, la mía ya en casa, las de ellos por llegar. Y es que los hijos comprometen y trascienden, nos vuelven frágiles frente a nuestra propia fragilidad. Nos generan miedos bastante razonables.
 
Pero también a veces, quizás por la misma razón, nos hacen fuertes y nos obligan a crecer y aprender mucho más allá de los límites que creíamos tener. Me reitero, nos hacen mejores.