domingo, 12 de octubre de 2014

TELEDIARIO

Mi amiga E. siempre dice una frase que a mi me parece perfecta para explicar mi necesidad, pero no resuelve mi desazón: "Haz que esperen lo mejor. Preparales para lo peor". 

Hace tiempo que no veo el telediario, la razón es clara, no me informa y me enfurece la manipulación informativa, la descompensación en los temas de interés, la parcialidad, la subjetividad,...y un largo etc. Me decanto por la prensa escrita o por la red, que ofreciéndome más alternativas (perspectivas) también me permite profundizar en lo que me interesa, en la extensión y con el rigor que deseo.

El fin de semana pasado, sin embargo, me despisté, y allí nos pilló, frente a la tele. El telediario y sus grandezas. La guerra, las epidemias, la corrupción, la pederastia. Error, enorme el descuido. O no. Por que si no, ¿cuándo hablamos de estos temas?

H. curiosa para todo lo que le rodea. Mira el telediario con atención. Y sufre, como lo hace quien no conoce de maldades y por lo tanto le preocupan y le indignan. Le asustan. ¿Cómo si no?. Nosotros ya estamos adormecidos frente abusos e injusticias. Y el peligro no lo vemos, no nos moviliza si no está tocando nuestra puerta. Y qué tristeza da esa consciencia.

H. pregunta con angustia y eso dónde es?...y por qué no hacen nada?...por qué no se hablan, por qué no se escuchan?...por qué no les dan lo que piden?...por qué se disparan?...Y yo termino realmente atormentada por su angustia y la que me provoca un mundo que mal hago en dejarle en herencia.

Y hay cosas con las que me defiendo, frente a las que no tengo argumentos pero tengo palabras y puedo explicarle las sin razones que nos llevan a muchas cosas que no entiende. Procuro educarla en valores que serán los que posibiliten que ella, y los suyos, los de las generaciones futuras, puedan construir un mundo mejor que el que les estamos dejando.

Pero hay temas en los que yo me quedo sin palabras, sin razones, sin explicaciones. 

Noticia: detienen un pederasta. Se ven las imágenes, hablan de las niñas y ella me dice ¿Qué ha pasado? ...y mis segundos de silencio le anuncian la importancia del tema. Y le digo, le doy la explicación más sencilla posible, sin faltar a la verdad. Y es mi miedo. Y es su cara el horror...pregunta y pregunta y yo siento el esfuerzo que hago por enfrentarla a lo que no tiene una explicación. Y, si eso pasa, si eso es una posibilidad de la que debo protegerla y enseñarle a protegerse, cómo trabajar con ella al mismo tiempo, que la calle es un lugar seguro y que el mundo está lleno de gente buena. 

Decía Francisco Tonucci  que "los adultos enseñan a los niños a no abrir la puerta a nadie, a no pararse con nadie, a no aceptar nada de otras personas… porque cada desconocido es un potencial enemigo; esto es terrible"...." en general tenemos miedo, un miedo del que es responsable, en muchas ocasiones, la globalización de la información". Dice es inaceptable que por noticias como la que comento y su eco en los medios de comunicación "...porque es una noticia que impacta y engancha; los adultos estemos "encarcelando" a nuestros hijos". Y cuenta esta anécdota: "Cuando en un pueblecito de Italia presenté el tema de la autonomía de los niños, una madre me decía “Eso está muy bien, pero yo tengo miedo”, ¿miedo de qué? le pregunté, “de los pedófilos, por ejemplo”. Cuántas veces habéis tenido un problema de pedofilia en vuestro pueblo, “en nuestro pueblo ¡nunca!” (queriendo decir que era inimaginable) y entonces, por qué tiene miedo, “porque lo vi en la televisión”. 

Continua Tonucci "Este es un motivo suficiente para tener miedo, pero es un miedo injustificado. Todos los años son muchos más los niños que mueren ahogados en una piscina y sin embargo a nadie se le ocurre que dejen de bañarse. Una de las experiencias más peligrosas para un niño es viajar en el coche de su madre y de su padre, y esto lo hacemos a diario…" Y visto así como que también te obligas a matizarte, pero cómo lo trasmites con este bombardeo mediatico. Por un lado, creo en la necesidad de visibilizar ciertos delictos que permanecen ocultos para terror de las víctimas silenciadas y, por otro, este bombardeo te provoca reacciones que tampoco se ajustan a la realidad.

Volviendo al origen que importante es hablar de esto a los niños, no sólo de esa violencia directa y explícita, física o sexual, sino por las cosas que se le aproximan y a las que a veces no le damos la importancia que merecen...cosas que tienen que ver con la manipulación emocional que se ejerce desde el poder de la adultez sobre la inocencia de la niñez y hablo de ser expuesto a la mirada lasciva de otro, de obligarle a ver, tocar, actuar a la fuerza o con un consentimiento que no es pleno y que muchas veces se da por miedo, o aún peor, por la relación afectiva que se tiene con el agresor.

Los abusos a menores de edad se dan en todas las clases sociales, ambientes culturales o razas. También, en todos los ámbitos sociales. En más del 70% de los casos los actores del abuso son personas que proceden del círculo familiar o de amistades del menor o distintos tipos de conocidos de la familia. Cómo protegerles de semejante estadística sin caer en la paranoia.

Pues hablando del tema, preparándoles para lo peor, quitando el acento del actor y poniéndolo en lo que provoca: sufrimiento, culpa, incomodidad. No es sólo lo que es, un beso por ejemplo; es lo que te hace sentir cuando no deseas darlo o recibirlo. Si algo te hace sufrir, te hace sentir incómodo, sentirte culpable o asqueado, entonces tienes que hablar de eso con otro adulto. 

Y ese otro adulto... 


TIENE QUE CREERLE. 

Tiene que AYUDARLE A PROTEGERSE

Tiene que GARANTIZARLE QUE DETENDRÁ la situación de abusos de la cual el o ella NO SON RESPONSABLES

Y solo así, aún conociendo de cerca o de lejos, la maldad y el horror, podrá sentir que se encuentra en un lugar seguro.

Qué difícil. Que imprescindible.


domingo, 5 de octubre de 2014

LO PERDIDO...

Empiezo. Hace unos días se ha muerto el disco duro de nuestro viejo ordenador. No puedo decir que fue inesperadamente. Es cierto que no le dí la importancia que merecían a todas esas señales que avisaban que algo no iba bien. Así, un día como cualquier otro, N. intentaba descubrir qué impedía la conexión a Internet, de pronto el viejo aparato se apagó en medio de un estertor y no volvió a arrancar. 

¿Tienes algo importante aquí? preguntó N...Y yo, que apenas lo he usado en los últimos siete años, le dije: No lo sé. Y es verdad, no lo sé. Mi memoria, que sigue siendo prodigiosa para algunas cosas, en otros ámbitos se desdibuja. Y me preocupa porque también es una señal.

Cuando N. me preguntó sólo alcancé a decirle que no tenía claro si allí había algo importante (que supongo que sí). Allí recogí mi vida durante seis años, los que mediaron entre mi regreso a esta tierra y la llegada a mi vida de mi hija. Pensé, si no lo recuerdo con intensidad, entonces quizás no hay nada que, más que importante, sea imprescindible. Porque importante es todo lo que acontece en mi vida y más cuando se revisa de vez en cuando. Así que a bote pronto lo que siento que he perdido es la posibilidad de la nostalgia, esa que aparece cuando repasas hechos y momentos con la perspectiva del tiempo. Y lo pienso desde la certeza de que hay cosas que, en lo tangible, he perdido para siempre.

Sigo. En estas últimas semanas hemos tenido que elegir algunas cosas. Con la llegada del curso escolar mi horario laboral pasa de ser jornada continua a ser jornada partida. Así, con el otoño, como los árboles pierden sus hojas, yo pierdo la posibilidad de decidir qué quiero hacer en un tercio de mi tiempo. Llevo días pensando en las cosas que elegimos para esas tardes (extraescolares), en las cosas que llegan para cubrir esas horas (deberes) y en el horario que negocio y me construyo, a base de pedir flexibilidad en la forma de entender el trabajo. 

Ahora que ya parece que está construido el calendario escolar llevo días pensando en las cosas que hemos perdido, en las que dejaremos de hacer, y en lo que hay de renuncia y aceptación en ello. Con la tibieza que ofrece la sensación de que sólo se trata de una temporada. Cuando llegue junio, si estamos vivas, mis tardes volverán a ser mías.

Una vuelta más. Ayer decía R. que quizás no estaba eligiendo la mejor opción pero sí la que la hacía más feliz. Con este mensaje respondía a una serie de mensajes, con demasiados espectadores para mi gusto, que resultaban de una ruptura afectiva con una pareja de muchos años. Desde hace meses comparto esa triste decisión desde la cercanía que me une a ambos miembros de la pareja. El desamor duele (a veces el amor también) pero hay tantas formas de manejarlo. 

En los últimos años, varias parejas amigas que llevaban el suficiente tiempo juntos, como para pensarlas sólidas, han decidido cambiar el rumbo y separarse. Con ello, han evocado una ruptura de pareja especialmente significativa para mi y las pérdidas que supuso (que son ganancias) y he vuelto a pensar en ello otra vez. Me alegro de haber optado también no por lo que parecía mejor, sino por lo que me hacía más feliz. Y no es que estuviera yo mal acompañada, es que no era más feliz que sola. 

Pienso en la gestión de las rupturas, quién deja y quién es dejado, quién ha elegido qué y cuándo. La misma historia de separación admite a menudo varias lecturas de elecciones hechas. Y entonces insisto en que eso que pierdes como posibilidad futura, esa vida de pareja, no debe impedirte ver, ni valorar, todo lo que ganaste en el pasado por haber vivido esa experiencia. No será más, pero fue. Y que nos quiten lo bailado.

Y más. Desde mi historia familiar y personal como migrante, desde mi experiencia laboral y personal trabajando con migrantes, he escuchado a lo largo de estos años miles de historias que hablan de pérdidas. El que migra gana, sin duda, pero esas ganancias no son visibles siempre desde el primer momento, por lo menos no de forma integrada con la consciencia de las pérdidas. Y te preparas para pérdidas evidentes sin ser consciente de que serán igual de significativas las pérdidas más sencillas y cotidianas: la visión de un paisaje, un acento, el aroma de cierta comida, las tardes de charlas con los amigos, los ruidos de tu amanecer, la humedad del aire, las miradas.  

 Termino. Cuando eliges (cuando tienes la libertad de elegir) es obvio que ganas. Ganas aquello que, dentro de las opciones que había, te pareció mejor (entre otras cosas porque parecía que te hacía más feliz y eso bien vale el intento). En estos días en los que pienso tanto en lo perdido, me reafirmo en la necesidad de tomar consciencia de ello, de no minimizarlo, de valorarlo en su justa medida, de aceptar el hueco que dejará en nuestras vidas, de hacer el duelo, permitirse la tristeza, la rabia y el desamor; pero también reconciliarse con el valor que tuvo, guardándole un espacio privilegiado y mimado en nuestra memoria.