domingo, 5 de octubre de 2014

LO PERDIDO...

Empiezo. Hace unos días se ha muerto el disco duro de nuestro viejo ordenador. No puedo decir que fue inesperadamente. Es cierto que no le dí la importancia que merecían a todas esas señales que avisaban que algo no iba bien. Así, un día como cualquier otro, N. intentaba descubrir qué impedía la conexión a Internet, de pronto el viejo aparato se apagó en medio de un estertor y no volvió a arrancar. 

¿Tienes algo importante aquí? preguntó N...Y yo, que apenas lo he usado en los últimos siete años, le dije: No lo sé. Y es verdad, no lo sé. Mi memoria, que sigue siendo prodigiosa para algunas cosas, en otros ámbitos se desdibuja. Y me preocupa porque también es una señal.

Cuando N. me preguntó sólo alcancé a decirle que no tenía claro si allí había algo importante (que supongo que sí). Allí recogí mi vida durante seis años, los que mediaron entre mi regreso a esta tierra y la llegada a mi vida de mi hija. Pensé, si no lo recuerdo con intensidad, entonces quizás no hay nada que, más que importante, sea imprescindible. Porque importante es todo lo que acontece en mi vida y más cuando se revisa de vez en cuando. Así que a bote pronto lo que siento que he perdido es la posibilidad de la nostalgia, esa que aparece cuando repasas hechos y momentos con la perspectiva del tiempo. Y lo pienso desde la certeza de que hay cosas que, en lo tangible, he perdido para siempre.

Sigo. En estas últimas semanas hemos tenido que elegir algunas cosas. Con la llegada del curso escolar mi horario laboral pasa de ser jornada continua a ser jornada partida. Así, con el otoño, como los árboles pierden sus hojas, yo pierdo la posibilidad de decidir qué quiero hacer en un tercio de mi tiempo. Llevo días pensando en las cosas que elegimos para esas tardes (extraescolares), en las cosas que llegan para cubrir esas horas (deberes) y en el horario que negocio y me construyo, a base de pedir flexibilidad en la forma de entender el trabajo. 

Ahora que ya parece que está construido el calendario escolar llevo días pensando en las cosas que hemos perdido, en las que dejaremos de hacer, y en lo que hay de renuncia y aceptación en ello. Con la tibieza que ofrece la sensación de que sólo se trata de una temporada. Cuando llegue junio, si estamos vivas, mis tardes volverán a ser mías.

Una vuelta más. Ayer decía R. que quizás no estaba eligiendo la mejor opción pero sí la que la hacía más feliz. Con este mensaje respondía a una serie de mensajes, con demasiados espectadores para mi gusto, que resultaban de una ruptura afectiva con una pareja de muchos años. Desde hace meses comparto esa triste decisión desde la cercanía que me une a ambos miembros de la pareja. El desamor duele (a veces el amor también) pero hay tantas formas de manejarlo. 

En los últimos años, varias parejas amigas que llevaban el suficiente tiempo juntos, como para pensarlas sólidas, han decidido cambiar el rumbo y separarse. Con ello, han evocado una ruptura de pareja especialmente significativa para mi y las pérdidas que supuso (que son ganancias) y he vuelto a pensar en ello otra vez. Me alegro de haber optado también no por lo que parecía mejor, sino por lo que me hacía más feliz. Y no es que estuviera yo mal acompañada, es que no era más feliz que sola. 

Pienso en la gestión de las rupturas, quién deja y quién es dejado, quién ha elegido qué y cuándo. La misma historia de separación admite a menudo varias lecturas de elecciones hechas. Y entonces insisto en que eso que pierdes como posibilidad futura, esa vida de pareja, no debe impedirte ver, ni valorar, todo lo que ganaste en el pasado por haber vivido esa experiencia. No será más, pero fue. Y que nos quiten lo bailado.

Y más. Desde mi historia familiar y personal como migrante, desde mi experiencia laboral y personal trabajando con migrantes, he escuchado a lo largo de estos años miles de historias que hablan de pérdidas. El que migra gana, sin duda, pero esas ganancias no son visibles siempre desde el primer momento, por lo menos no de forma integrada con la consciencia de las pérdidas. Y te preparas para pérdidas evidentes sin ser consciente de que serán igual de significativas las pérdidas más sencillas y cotidianas: la visión de un paisaje, un acento, el aroma de cierta comida, las tardes de charlas con los amigos, los ruidos de tu amanecer, la humedad del aire, las miradas.  

 Termino. Cuando eliges (cuando tienes la libertad de elegir) es obvio que ganas. Ganas aquello que, dentro de las opciones que había, te pareció mejor (entre otras cosas porque parecía que te hacía más feliz y eso bien vale el intento). En estos días en los que pienso tanto en lo perdido, me reafirmo en la necesidad de tomar consciencia de ello, de no minimizarlo, de valorarlo en su justa medida, de aceptar el hueco que dejará en nuestras vidas, de hacer el duelo, permitirse la tristeza, la rabia y el desamor; pero también reconciliarse con el valor que tuvo, guardándole un espacio privilegiado y mimado en nuestra memoria.


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